Como catamarqueño adoptivo, mis primeros recuerdos del Poncho vienen de la Manzana de Turismo, hoy desaparecida, ubicada entre las avenidas Virgen del Valle y Colón y las calles Ministro Dulce y Gral Roca, cuando por las noches, a la salida del trabajo con mis compañeros de diario La Unión, llegábamos pasada la medianoche a los ranchos. Algunos de ellos armados con cañas y nylon, precarios, no así su menú comestible y bebible.
Al inicio de la década del ´90, el salvaje frío no distinguía de credos ni razas, amoldados a las mesas corría vino tinto, empanadas picantes, locros, cazuelas y otros tantos manjares autóctonos. De rancho en rancho, músicos, cantores y público coreando las clásicas zambas y chacareras, mantenían viva la noche. Los más valientes aguantaban hasta el amanecer.
Las presentaciones estelares se daban en el escenario del Unku Rancho, demolido en 2018, donde todo folclorista soñaba estar.
De día la fiesta tenía otros colores, el de los tapices, alfombras y ponchos expuestos por las tejedoras e hilanderas. Los artesanos con sus productos de cuero, madera, metal, cestería, los puestos gastronómicos con dulces, confituras, licores, vinos y comidas terminaban de dar el marco de feria. Un espacio tradicional que resumía el potencial de los dieciséis departamentos de Catamarca.
La fiesta fue creciendo con el paso de los años, el espacio se hizo escaso y las mudanzas comenzaron, primero al Polideportivo Capital para las ediciones de los años 1998 y 1999. Allí aparecieron gigantescas carpas blancas que daban albergue a los expositores y sus stands, sofocantes cuando el sol picaba fuerte. Pisos de madera y tablones que parecían estar vivos por la forma de moverse. El estadio totalmente techado albergaba las noches musicales.
Con la llegada del nuevo milenio el ex Regimiento de Infantería 17 (hoy CAPE) fue la casa del Poncho por seis años. El antiguo y solemne patio de armas se convirtió en una alfombra colorida por el gentío que circulaba en todas direcciones y contrastaba con la rigidez y monotonía verdosa del viejo cuartel del ejército. El mismo patio que en 2002, cuando actuaba el grupo Los de Catamarca y el “Negro” Herrera grita ¡Viva Catamarca! antes de caer sin vida sobre el escenario.
En 2007 el gobernador Brizuela del Moral inaugura la sede definitiva de la Fiesta Nacional del Poncho en el Predio Ferial Catamarca, dando apertura a la 37ª edición. Una obra colosal desde lo arquitectónico y funcional para todo tipo de eventos de envergadura. Se amplía el sector dedicado a los juegos infantiles, se incorporan corrales para muestra de animales. Los clásicos Ranchos tienen mayores comodidades y servicios.
Como dice la eterna Mirtha Legrand, visitante ilustre de la primera edición, el público se renueva. Como se renuevan las generaciones, los gustos, la música, los criterios de selección de los artistas que suben al escenario mayor cada noche del festival.
Hoy la fiesta de los catamarqueños es un show de alto nivel, amplio en criterios estéticos y musicales, con una variedad de público y ofertas culturales extensas. Un marketing publicitario digno de las grandes ciudades, afamados personajes son convocados para las promociones turísticas de Catamarca, invitando a vivir la gran fiesta de invierno del norte argentino.
Al recorrer cada metro cuadrado, cada stand en los pabellones ricamente diseñados, con artesanos y emprendedores de muchos lugares de Argentina, nos sentimos enmarcados en un mundo muy distante de aquel que naciera en 1967 de la mano del director de Turismo Federico Raúl Argerich. La fiesta catamarqueña ya es nacional y quien escribe esto siente un poco de nostalgia. La tradición no se detiene, cambia o evoluciona en una nueva cara de tradición. La nueva imagen será recordada con añoranza por los futuros adultos, esos que hoy son niños y jóvenes con celulares apuntando a los códigos QR para saber de su artista favorito y la hora de actuación. Artistas que no reflejan la herencia folclórica esperada. Las variaciones se hacen presente asimilando el mundo actual de cambios veloces, de fuentes de inspiración diversas producto de las hiperconexión global y digital.
La fiesta del Poncho extendió sus flecos a un abanico amplio de géneros musicales, de artistas locales y nacionales muy variopintos. Nuevas caras, nuevos sonidos, nuevas propuestas. La palabra nueva es relativa a quien observa desde lo “viejo conocido”, cuyos referentes podrían ser desconocidos o bichos raros para sus padres. Las generaciones jóvenes ven con mucho agrado que sus héroes culturales salten de las redes sociales y se corporicen sobre el escenario Jorge “Negro” Herrera con shows que en nada envidian a las grandes urbes.
La identidad del poncho, esa prenda tejida con sacrificio, por manos maestras que heredaron el saber y destreza de otras manos anteriores y a su vez otras mas antiguas no cambia. Cambia la imagen de la fiesta, va mutando, evoluciona para convertirse en un centro de atracción que genera mayores ingresos motivando la economía local y provincial. Encadenada al turismo nacional cambia sus reglas para pertenecer a un sistema cosmopolita.