Angustiados por la falta de tiempo, los mortales comunes deambulamos por las calles con anteojeras virtuales, filtrando el entorno que nos rodea.
A diario circulamos por las misma vereda una y otra vez, sin percatarnos si ésta a cambiado desde la última vez que la pisamos, horas o días antes.
Cambian los letreros de las ofertas, cambian los chicos que piden monedas, cambia su color de pelo la vendedora de la panadería y nadie nota nada.
Ensimismados en sus problemas o envueltos en música de auriculares incrustados en el fondo de los oídos, las personas-bueyes tiran de su vida hacia la dirección elegida.
El ser humano no posee ojos en la parte superior de la cabeza y su cuello no está diseñado para girar hacia arriba, ya que no espera ataques aéreos por encima de él (si aplicáramos los conceptos de La Evolución de las Especies). Estas limitaciones le impiden observar el cielo sobre su cabeza mientras avanza.
La elaborada razón antes comentada explicaría el ¿por qué? de un paisaje ciudadano atestado de cables, colgando como lianas en la selva africana de Tarzán.
Si nadie tiene ojos para ver el cielo, nadie se daría cuenta que la ciudad de San Fernando del Valle ha perdido su pintoresco encanto de callecitas antiguas bordeadas de casonas, igual de viejas, a favor del progreso eléctrico y de comunicaciones que no ha sido actualizados en debida forma.
Urge ampliar y/o exigir normas de diseño ambiental que reduzcan hasta la desaparición completa de los cableados aéreos. Favoreciendo una ciudad limpia, con un cielo azul real, verdadero.
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