domingo, 28 de junio de 2009
La urna, esa caja de esperanzas
...Hola, primero las disculpas por no escribir tan a menudo. Debe el hombre trabajar para ganarse su pan... En estas tierras con un sólo sueldo no llegamos ni ahí.
Hace unas horas cumplí con mi deber cívico, y el de todos, de votar. Digo de todos porque en Argentina el voto es obligatorio por ley.
La ley, hummm, un tema que da mucha tela para cortar. Si el voto es obligatorio, ¿qué pasa con quienes no votan?. ¿sabe ud, de alguien sancionado por no votar?.
Yo voto desde 1983, y desde esa fecha no he visto a nadie purgar penas por faltar a la Constitución Nacional.
En cada elección aumentan los votos en blanco y paralelamente siguen el mismo camino las deserciones al cumplimiento de la ley electoral. Como muestra, cada vez es más difícl conseguir presidentes de mesa.
De niño en la escuela primaria nos inculcaron el valor y orgullo de participar en elecciones democráticas, mayor aún si se ocupaba un cargo como el de presidente de mesa. Ayer era un orgullo, hoy una carga cívica. El Estado ha perdido presencia en la familia y la escuela, cambiaron las reglas de juego y no se percató de ello. Hoy el Estado debe pagar, diría sobornar a los presidentes de mesa con dinero, días de descanso y en el caso de los docentes afectados a los comicios con puntaje extra en su currículum.
El oportunismo se instaló en la Argentina... "el que quiere algo de mí, que lo pague" pareciera ser la consiga o la regla del nuevo sistema de valores éticos. Siendo esta última expresión una realidad ético-económica difícil de doblegar por los antiguos y tradicionales valores, sólo queda agregar una alternativa a este combo: ¿por qué estamos obligados a votar?.
Nuevos tiempos, nuevas reglas... entonces nuevas leyes.
Le suena la frase "público cautivo", monopolio, franquicias. Todos conceptos del mundo empresarial y financiero. Pues la política argentina es exactamente eso, un monopolio que maneja a su criterio y conveniencia las voluntades de sus electores, o mejor dicho de su público cautivo. Preguntar al gobernador local si puede disponer de su cuota de coparticipación federal.
Si mucha gente no quiere participar de los comicios ante la falta de credibilidad de sus representantes, entonces ¿por que obligarla a votar?. En el cuarto oscuro son libres de decidir, pero si están obligados por la ley entonces no son libres. Tienen que tomar una decisión en contra de su voluntad. El voto en blanco, pensará ud, está hecho para eso. Hummm... veamos la siguiente situación: el voto en blanco ocupa la tercera posición en los resultados finales, el ganador dará una lectura, el segundo hará otra muy distinta y el resto pedirá la anulación de los comicios. ¿Es el voto en blanco un valor objetivo?, ¿puede ocupar una banca representando a los obligados y disconformes?.
A casi 200 años del nacimiento de la patria algunas leyes deben cambiar, se impone un sistema de elección participativa no obligatoria.
Una sociedad madura desde su infancia, la educación es el primer valor.
Los valores de una nación no cotizan en Wall Street, sino en la calidad de ciudadanos que pueden decidir por sí solos su futuro y el tipo de gobierno que los represente. Y para esto se necesita una sociedad completamente educada y formada, que no arrastren su dignidad cambiando su voto por un par de zapatillas o un colchón.
En pocas horas la urna del pueblo dará su veredicto, alguien va a ganar, lo que es incorrecto... porque no jugamos, sino que elegimos un representante y este debe dar todo de sí para Catamarca. El pueblo lo autoriza a presentarlo, no a dilapidar sus esfuerzos y sueños de una tierra digna y mejor.
miércoles, 17 de junio de 2009
La cena del reencuentro
En el post anterior comenté la historia del Semanario Cambio. En el transcurso de los reportajes nació la idea de reunir a los integrantes del staff en una cena. Decenas de llamadas telefónicas, cruces de información buscando diferentes paraderos, búsquedas en internet y finalmente la reunión de camaradería se llevó a cabo, a la que lamentablemente no pudieron asistir todos. Después de dos décadas en algunos casos y un poco menos en otros, sobrepuestos al impacto visual de los años, afloraron las emociones y las risas. Y allí nomás una catarata de recuerdos inundó la mesa de la magnífica cena. El presbítero Elio Fernández facilitó su colección personal del Semanario Cambio, permitiéndonos a todos navegar en nuestra memoria al entrar encontacto con las amarillentas hojas de papel.
En el tiempo que duró el encuentro, nos despojamos de nuestras vidas actuales para volver a 1989 y recrear mediante relatos esa burbuja de sueños y proyectos. Los ejemplares de Cambio circulaban de mano en mano cual postales de un lugar paradisíaco de veraneo.
El intercambio de anécdotas, comentarios y debates del modo de trabajo revivían una oficina, una redacción. El equipo habían atravesado, de un segundo al otro, la barrera del espacio-tiempo. Estábamos otra vez en la casona de calle Chacabuco entre escritorios, computadoras y un patio de naranjas y limas.
Escenas pintadas con palabras vívidas y difusas fueron armando el escenario de la breve obra en la que tuvimos protagonismo.
Como todo viaje, incluso al pasado, tiene su fin.
En la madrugada fría de un domingo, cada uno volvió a la realidad trayendo en su interior un pedacito de historia personal robada al pasado. Con una muesca de felicidad en los labios todos emprendieron el regreso a su destino.
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